Alfredito viste a la figura de la virgen en la capilla de su pueblo, al sur de España. Por primera vez, a solas con ella, se anima a desnudar su vida, con tal gracejo andaluz que convierte en emoción profunda los recuerdos tristes y los penosos en jocosa alegría.
En un ir y venir, entre alfileres y costuras, pasan por su memoria los descubrimientos de su infancia en el pueblo, la adolescencia con el despertar de los sentidos, la hipocresía de su sociedad, sus desventuras en el servicio militar, los afectos perdidos y encontrados, y esa búsqueda constante del amor.
Madre Amadísima pone en el centro de la escena a una "mariquita de pueblo" que lucha por ser feliz, que vive, sufre y ríe con las mismas emociones que cualquier otro ser humano, en cualquier tiempo y geografía.